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Canfranc: Encuadres de la memoria…

Hay huellas en la estación de Canfranc que nunca podrán borrarse.

El tiempo no perdona y las cicatrices del olvido afloran en su bella arquitectura, pero aún así, sigue siendo majestuosa y elegante ante mis ojos. Es la belleza decadente de una hermosa dama de la aristocracia que se sumió en el olvido y el abandono.

Traspaso la frontera del tiempo entre el oxido y la vegetación que han dado sepultura a unas vías que hoy son leyenda…

Me encuentro inmersa en mis pensamientos: soledades y decadencia. La naturaleza es la compañera del hombre, de ella surgimos, en ella vivimos y a ella volveremos…

Es el «Eterno Retorno»: nuestra mente está llena de luces, olores y sabores de antaño que buscamos ansiosamente en otros lugares. No importa el sitio, siempre están ahí los paisajes que nos hacen recordar. Destapamos la caja de nuestro recuerdos, como la lata de galletas en la que, de pequeños, guardábamos nuestros más preciosos tesoros, o aquella donde nuestras abuelas guardaban sus fotos como el más valioso tesoro y nos mostraban de dónde venía nuestra esencia y esa mirada tan especial que teníamos.

«El Eterno Retorno», volver a nuestras raíces. Buscamos en la naturaleza lo que en un tiempo fue y ahora no es. Anhelamos eso que teníamos y lo encontramos de nuevo, oxidado por el paso del tiempo. Una capa lo cubre y lo guarda; debajo de ella se encuentra la esencia que nunca se pierde, sigue oliendo igual y lo inunda todo.

Los paisajes son lo que vemos con los ojos y sentimos con el corazón. Sólo veo los paisajes que yo quiero. Sensaciones únicas y nuestras que nadie nos puede arrebatar. el mundo que contemplamos es solo nuestro.

Y volvemos, (porque siempre volvemos), sobre los pasos andados a los paisajes vividos, pero en otros lugares. Volvemos porque necesitamos un horizonte al que mirar.

 

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